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lunes, 17 de noviembre de 2008

Que no me llamen Madre


¿Pero, qué clase de madre soy
que tira a mi niña a la prostitución
en brazos del canalla que vive conmigo?

¿Dónde está entonces mi corazón materno?
¿Acaso me lame la sonrisa de la inconciencia
o es que vivo perdida entre lo mundano
al punto de no importarme la fragilidad
y el dolor de mis retoños?

¿Acaso no me repartieron un trozo de cordura
con mesurado uso de raciocinios y vehemencias
para defender el honor de mi criatura indefensa?

Ah! No, creo mejor sus bestiales justificaciones
lacerantes actos sucios e impunes,
palabras de veneno que matan poco a poco sin remedio.

No escucho el grito de sus llagas de dolor
estampadas en sus tiernas pieles ajadas
por la insolente y descomunal sinvergüenzada
de aquel que engaña con manipulación y labia
bajo una farsa de caricias sucias y pestilentes.

¿Qué sabe una inerme criatura de ocho años
sobre lo que es el abusador y el deshonesto
que se cobija bajo las mismas sábanas
de aquélla a quien le prodiga la palabra madre?

¡Madre! reclamo sobre el uso de esta palabra santa
que vierte amor y derrocha borbotones de ternura.
¡Madre! La que cuida como fierecilla sus criaturas
esa que no escatima dulzura para ofrendarles.
¡Madre! esa no soy yo.

Soy esa que permitió en su mismo lecho
por once años lacerarle los derechos
y violar frente a mis ojos y adormecida conciencia
la virginal pureza de una niña indefensa.

¡Renuncio por ello a ser madre!
Entonces… ¡Que no me llamen madre!


Ligia Calderón Romero
© DERECHOS RESERVADOS
2 de agosto, 2008

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