Hace tiempo quería relatarles una leyenda tan cierta como insólita.
¡Recuerdo!
Siglos atrás
en una tarde calurosa;
cajera sí, era mi trabajo.
Ese día no abrí la caja;
miraba la cristalería,
sumisa pero quejumbrosa
sobre empolvados anaqueles de madera,
el humo del ayer y la ceniza,
rancios de opios regurgitados.
Hoy, la misma decoración.
De repente por mis espaldas,
sobre mis hombros
alguien tocaba, al tiempo
que me decía: linda...?
Atiné a voltearme
su interrogante suspendida,
su boca en óvalo,
su faz de horror
y solo dijo:
¡Disculpa!
Fue la primera vez
que por llamarme linda
alguien se disculpó.
Que no quepa duda, tan certera como el tiempo en que se suscitaron los hechos.
Ligia Calderón Romero
© derechos reservados
11 de marzo. 2010
¡Recuerdo!
Siglos atrás
en una tarde calurosa;
cajera sí, era mi trabajo.
Ese día no abrí la caja;
miraba la cristalería,
sumisa pero quejumbrosa
sobre empolvados anaqueles de madera,
el humo del ayer y la ceniza,
rancios de opios regurgitados.
Hoy, la misma decoración.
De repente por mis espaldas,
sobre mis hombros
alguien tocaba, al tiempo
que me decía: linda...?
Atiné a voltearme
su interrogante suspendida,
su boca en óvalo,
su faz de horror
y solo dijo:
¡Disculpa!
Fue la primera vez
que por llamarme linda
alguien se disculpó.
Que no quepa duda, tan certera como el tiempo en que se suscitaron los hechos.
Ligia Calderón Romero
© derechos reservados
11 de marzo. 2010
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