Pradera donde acuña muecas de oro el sol
y el viento riza sus lamentos.
¿Acaso encañas las hogueras de la fiebre
de los trenes que corren por las vías
amaestrando los latigazos
en sus destellos corroídos?
Se rompe a pulso la hora de las horas
y remolcan costales en sus sienes;
es barro la riqueza del avaro
que calza en la postrera
las suelas viejas del mendigo.
Desafinada orquesta de los huesos;
el segundero es un sepulcro roto
que misterioso se evapora,
tira del hilo, baba muy delgada
que del tiempo sus alas corta.
¿Es que acaso vivo? ¿O es que muero?
No, son las sombras que se niegan
a abandonar la habitación de adobes
donde no sé si aún existo.
Ligia Calderón Romero
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28 de febrero, 2010
martes, 9 de marzo de 2010
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